Ana corría despavorida, apenas si pudo escapar de los carroñeros. La pobre llevaba un raspón en la rodilla derecha, nada grave, pero si lo suficiente para ralentizarla, encima de todo eso; llevaba cargando a la pequeña Anita de apenas 3 añitos de edad.
– ¡Tira a la niña y te dejaremos ir!
Alcanzó a escuchar a los carroñeros que le seguían cada vez más cerca cuando dobló en la esquina de una oscura callejuela. Pero jamás se atrevería a dejarla. No porque no confiara en ellos, sino porque era uno de los dogmas de su comunidad, por humanidad.
Not just human, but humane
– Recitaban siempre en la comuna antes de dormir todos apilados apara poder soportar el frio.
Encontró una puerta entreabierta en lo que otrora fuera una casa, la callejuela la había llevado a lo que parecía fue alguna vez un fraccionamiento, un gheto de clase media baja, casas pequeñas apiladas compartiendo muros y encimándose unas con otras, todas homogéneas, indistintas entre sí. Decidió correr el riesgo y esconderse ahí, aunque fuera por un rato; seguramente los carroñeros que les perseguían no sabrían en cuál de las 200 o 300 casas se escondió, y confiaba que, si guardaba silencio y se escondía en la oscuridad, quizás se cansarían de buscar y se retiraran. Casi estaba amaneciendo y la pequeña Anita suspiraba a punto de soltar el llanto. Resignada entró.
Al cabo de lo que tanteó fuera una hora escuchó que se cansaban y se marchaban, unos minutos después, cuando casi caía rendida dormida, escuchó que uno de ellos daba un rondín en silencio, la pequeña Anita ya dormía, apretó los dientes y la respiración, el último carroñero se fue.
Decidió esperar otra hora más, o al menos eso pensó, al final el cansancio la venció y cayó rendida engarruñada de la pequeña Anita.
El olor de un humo condimentado y sabroso llegó hasta la diminuta casa, Anita abrió los ojos y seguida por la curiosidad infantil, el brillo del sol y el hambre que sentía, se paró a seguir el olor, apenas si hablaba lo más básico y primitivo, pero en su pueril raciocinio, al ver a su hermana mayor dormida creyó que sería prudente dejarla descansar. Salió de la casa, enfrente en lo que alguna vez fuera un área infantil, se encontraban los roídos fierros de lo que hubieran sido juegos infantiles, y como por instinto infantil, si es que existe algún lenguaje universal para la diversión, Anita corrió hacia ellos, no había pasto ni maleza, Anita nunca la conocería, había crecido en un mundo seco y desierto, paramos yermos y aire espeso de polvo arenoso, pero por encima de eso estaba el humo, el humo condimentado que olía bien, olía a carne asándose.
Al acercarse al humo que provenía de los juegos, Anita se detuvo al ver a dos jóvenes, quizás unos 20 o 30 años, que pudiera saber ella a su edad: eran adultos, gigantes extraños para ella, pero lo suficientemente familiares para reconocerlos como proveedores, como seguros y confiables. Los adultos cuidan de los pequeños, su infantil lógica le dijo, los adultos dan comida, y aquí huele a comida, hubiera dicho de haber podido expresarse. Se acercó sonriente.
Eran dos carroñeros: vestían botas de pieles secas y rígidas, curtidas artesanalmente, pantalones y camisas de manta, lona o mezclilla, ambos con improvisados goggles rayados y manchados, pañuelos en las bocas y pañoletas en la cabeza, rudimentaria necesaria para vivir de nómadas en aquellos llanos arenosos. Se voltearon a ver justo cuando uno se agachaba y se bajaba el pañuelo para prender un cigarrillo, el otro le tocó el hombro instándolo a voltear. Ambos sonrieron mientras sus ojos se abrían lo más que el sol de la mañana les permitía.
el del cigarro hizo una seña al otro, quien caminó dos pasos más para atrás y volteó la carne en el improvisado asador en medio de las dos resbaladillas. El que quedó sacó un espejo y lanzó el reflejo a la pequeña Anita, esta se acercó sonriente mientras el otro regresaba con un pedazo de carne recién cocinada. Ambos se hincaron y ofrecieron la carne a la pequeña niña, ella la tomó y mordió ferozmente, uno le removió el cabello tiernamente y los tres reían mientras la pequeña Anita comía.
Ana despertó asustada, al ponerse de pie se golpeo la cabeza, se había escondido debajo de las diminutas escaleras de la aún diminuta casa, al notar la ausencia de la pequeña infante ahogó un grito con ambas manos e intentando calmarse revisó sus alrededores mirando en silencio. No la encontró. Sus lagrimas corrieron en silencio por sus mejillas mientras se aferraba a no sucumbir al pánico, alcanzó a ver que, en la fachada de la casa, junto a la puerta abierta había un hueco de lo que hubiera sido una gran ventana, se acercó a gatas intentando no ser vista, y al mismo tiempo queriendo ver hacia afuera. Al llegar al ventanal escuchó la voz de un hombre que le hizo caer sentada aterrada.
– ¡Tranquila hembra! No te haré nada, por ahora. – Dijo amenazante pero calmado, al mismo tiempo que daba un cuarto de giro para dejarse ver de lado, su sombra cubría a la pobre Ana quien tambaleaba para ponerse de pie.
-No tienes a donde ir, esta es la única salida. Dudo que puedas brincar la barda del patio de atrás, tengo dos muchachos allá esperándote, tu sabes: por si acaso. Además, para asegurarme: tenemos a la niña. Descuida, está bien, aún vive, por lo pronto…
Ahora ven muchachilla, que, viéndote con la luz del sol, no te ves nada mal niña bonita.
Ven acércate, de seguro tienes hambre.
Hizo exagerada reverencia doblándose un poco y extendiendo la mano que tenía una pistola que no estaba vieja ni oxidada, al moverse a su izquierda Ana logró vislumbrar detrás de él a unos 15 metros o menos: la pequeña Anita comía sentada en sus piernas mientras los otros dos vigilaban como dos perros que cuidan a una cría.
Ana aspiró profundo intentando dejar de llorar, alcanzó a oler el humo y lo reconoció como olor a carne, sus ojos se abrieron aún más al adivinar lo que seguía, su mirada suplicante encontró la del tercer carroñero, este entendió y con mirada sonriente contestó de regreso asintiendo con la cabeza, hizo seña de acercarse con su dedo índice aun con la pistola en mano.
Ana se puso de pie y se acercó, su amenazante enemigo sacó un cigarrillo y arrastró un viejo asiento trasero de auto recargándolo justo en el ventanal, se sentó dándole la espalada y levantando la mano por encima de la cabeza hizo seña de que se acercará.
Ana midió las posibilidades, quizás no le habían visto los otros, quizás no había nadie atrás, pero el dolor de la rodilla se tornó más intenso al caminar, quizás pudiera escapar, difícilmente, aunque casi imposible que alcanzara a llegar ilesa con la pequeña Anita, mucho menos salvarla y escapar juntas. Tragó saliva y temblorosa quedó al marco de la puerta, volteó a su lado y el tercer carroñero estaba ahí sentado fumando, volteó hacia la pequeña Anita, a quien convenientemente la habían colocado para darle la espalda, seguía sentada. Los otros dos la vieron y asintieron, uno de ellos se colocó discretamente entre ella y Anita, el tercero sentado junto a ella se hizo a un lado y con palmadas en el asiento la invitó. Ana se limpió las lágrimas y tartamudeo:
-P-p-por favor, s se los suplico…. La, la, la pequeña…
-Tranquila chiquilla. – Dijo el otro. Acto seguido lanzó un silbido, los otros dos voltearon y asintieron, a cada lado de la casa llegaron otros dos, cada uno con un rifle en ambas manos, voltearon a verles y luego a los otros en el asador, el del lado izquierdo lanzó unos besos a la despavorida Ana, resignada se dejó caer en el viejo asiento de auto.
– ¡Pero mira nada más mis malos modales! Una disculpa honorable y bella dama, ni que fuéramos animales, como ustedes. Me presento mi estimada. Mi nombre es Miguel. ¿Tiene usted algún nombre de pila por el cual pueda dirigírmele?
-A- Ana. – Contestó y lanzó un suspiro.
-Ana… Ana, Ana, Ana. ¡Qué bonito nombre! ¿Sabía usted que alguna vez hace muchísimo tiempo Ana era una unidad de medición? No recuerdo de qué, pero creo que era una medición. Algo así me dijo mi abuelo.
– ¿Y la niña?
-Tranquila, no sufrirá.
-Pero… entonces…
– ¡Sh! Dije que no iba a sufrir, pero vinimos a hacer lo que vamos a hacer. Tenemos una planta, todavía hay algunas que crecen, con muchos cuidados, pero crecen, la va a poner a dormir, se la pusimos en la carne. Es muy pequeña, no queremos que se asuste o que llore, dicen que su carne se pone dura y sabe mal si mueren violentamente, además es tan pequeña… no somos salvajes, no somos animales como ustedes veganos. Sólo ejercemos nuestro derecho evolutivo que tenemos por nacimiento, somos humanos, podemos comer otros animales, además por estos rumbos escasean las carnes. O acaso alguna vez has visto tu algún otro animal que no sea humano, de seguro no has visto ni una sola rata en toda tu vida.
-Teníamos un perro, algunas veces cazó algunas ratas, pero se murió, igual que el resto; problemas respiratorios, primero tosía flemas, luego sangre, luego dejó de respirar en un violento ataque de tos, como todos los viejos.
Además, siempre nos las hemos ingeniado para tener plantas, teníamos un huerto completo en la azotea del edificio donde vivía mi comuna.
– ¡Oh! Lo sabemos Ana, otros muchachos están allá con tus hermanas y hermanos, dejamos a algunos vivos para que sigan trabajándolo, la comida aquí es escasa, y unas papitas o unos tomatitos no nos caerían nada mal. ¿Has probado la carne con chile? Mmm
Pero ¿qué digo? ¡Claro que no la has probado! Discúlpame. Cambiemos de tema:
¿Es cierto que allá donde vivías, los animales veganos se reproducen constantemente entre ustedes y todos son considerados hermanos y hermanos?
-No. –Ana contestó molesta pero resignada, muy a pesar de todo se sintió halagada que le preguntaran de su vida y sintió que si iba a morir en ese momento, bien valía la pena, al menos contar su historia, de cualquier manera ya no tenía hogar ni familia, ya no tenía nada porque vivir.
–Teníamos un padrino; se llamaba Jesús, él era el único que se apareaba con las jovencitas, todas éramos de él, y los hijos eran hijos de todos, los demás hombres trabajaban en protegernos, en el huerto, en enseñar a los no tan pequeños, nosotras también aprendíamos, y nos encargábamos del hogar, aunque desde los trece nos embarazaba nuestro padrino Jesus, aunque yo nunca fui de sus preferidas, me embarazó cuando tenía 16, de ahí nació la pequeña Anita. Había otras que eran más lambisconas con el padrino, algunas noches pude ver que se iban con él, a mí nunca me importó, me embarazó porque dijo que si me hacía más vieja me iba a dar cáncer de pulmón como a todos, apenas tengo 20 años y ya empiezo a toser a veces.
No sé si yo tenga algo mal en mi cerebro, quizás porque una de mis madres me dio demasiada leche de humana, siempre me decían; nos destetaban estrictamente al cumplir el año, decían que a esa edad ya no debemos de consumir producto animal, aunque, y eso aun lo recuerdo; yo me escabullía e iba con madres que no me conocieran para tomar más leche.
De cualquier manera, la pequeña Anita siempre fue mía, y a pesar de que era de toda la comuna, siempre fui yo quien la procuró más, estuvo dentro de mí por nueve meses, es mía, y no importa lo que me dijeron toda mi vida, es mía.
-Quizás es porque te embarazaste a los 16 y no a los 13 como tus hermanas, entre más mayor, más se marca su instinto materno. Pero la pequeña Anita ya no es tuya, ahora es nuestra.
–Dijo mientras le apuntaba a la cara.
Ana rompió en llanto con sus codos en las rodillas y sus palmas en la cara.
– ¡Tranquila bonita! No llores, de todos modos, es tu culpa, es culpa de ustedes lo que les vamos a hacer, cada quien escoge su propio destino.
Sí ya sabías que vivías en un mundo lleno de carroñeros como nosotros ¿por qué no te uniste con nosotros, como otros de tu calaña? Bueno, a lo mejor es culpa de tus padres, o tu comuna, por educarlos de esa manera. Decía mi abuelo que cuando le inculcan a uno ciertas ideas, es muy difícil que, al crecer, uno crea en lo contrario. Pero mira. -Sacó un cigarrillo y lo ofreció. – toma, fuma, relájate un poco, no quisiera que murieras triste.
– ¿Por qué haces esto? -Preguntó Ana muy seria secándose las lagrimas y sin tomar el cigarrillo.
– Porque me gusta fumar, me relaja y me calma, creí que te causaría lo mismo, como dije, no somos salvajes como ustedes, además no me gustó verte llorar.
-No me refería al cigarrillo, me refiero a tu amabilidad. ¿Por qué eres tan amable? -Tomó el cigarrillo y el acercó fuego para encenderlo.
– No lo sé, tal vez también porque no crecí junto con todos, en nuestra colonia somos más desorganizados en algunas cosas, somos nómadas, no tenemos lugar fijo, vamos vagando carroñando lo que encontramos, a veces encontramos sujetos que se nos unen, nos convencen o los convencemos, otras veces por comodidad o por necesidad sexual robamos hembras, algunas son lo suficientemente rudas para quedarse con nosotros, sobre todo las que le hacen caso a su libido, claro que buscamos no reproducirnos. Este mundo está seco, sin vida, lo más egoísta que podemos hacer es reproducirnos como ustedes, aunque claro, si llega a pasar; un compañero carroñero ya lleva tres crías que se come con su mujer, prefieren comerlos al nacer, es más fácil supongo.
Pero como ya te dije: tengo un abuelo, siempre me ha cuidado, enseñado y hablado, en ese aspecto creo que soy igual a ti. Mi abuelo solía decir que tengo demasiada empatía.
– ¿Qué es eso? – interrumpió Ana mientras tosía un poco al sacar el humo.
– Empatía es sentir lo que el otro siente, como al verte llorar sentí tu tristeza y tu desesperación, no quise sentirlo, por eso saqué el cigarro. Mi abuelo dice que en su tiempo era normal sentir eso, hace 100 años era una característica que nos distinguía de otros animales. Se creía, decía mi abuelo, que era una cualidad innata del humano, pero tal parece, dice él, que es una cuestión de educación y no de formación, nature vs nurture dice mi abuelo muy seguido, pero lo aplica para tanto que no sé realmente en sí, a que aplica.
– Significa que hay cuestiones con las que naces y cuestiones que aprendes, nosotros conocemos ese dicho, nos educan con eso para no olvidar y no dejarnos programar por ideas radicales, y eso de la empatía nosotros la seguimos practicando, sólo que mi pueblo ya no le llama así, le llama justicia, lo que es justo, lo que debe de ser. Por eso respetamos a todos los animales y no los comemos. Not just human, but humane… – Dijo en un susurro casi más para sí misma, luego inhalo otra bocanada.
– ¿De verdad respetan a todos los animales? ¿también a los insectos?
– Ellos forman una parte importante del ecosistema, o de lo que fue antes. Bajo tierra muchos surcan túneles por donde fluyen el agua y las raíces para que las plantas, nuestro alimento, crezca más grande, más nutrida. Así como las pocas abejas que quedan y polinizan las flores, aunque en mi comuna si consumimos algunos insectos, como los chapulines, el padrino Jesus y el comité de señoras mayores, quienes son la máxima autoridad, dicen que está bien comer insectos, siempre y cuando sean de colonias, que no tienen mente propia y no tienen alma, por ende no son diferentes alas bacterias o los virus, están vivos pero no sienten, entonces si los comemos, eso fue lo que separó a nuestro padrino y la ahora difunda Beatriz, fueron la pareja que fundó nuestra comuna, se separaron de una colonia de veganos más grande, porque ellos no comían insectos, nos dicen que somos veganos no ortodoxos, aunque no sé qué significa realmente
– ¿Y los insectos que se alimentan de nuestra sangre? ¿A esos los dejan crecer grandes y fuertes?
– No. No somos estúpidos Miguel. Así como tampoco permitimos que ustedes los carroñeros nos coman, respetamos la vida ajena, pero no por eso damos la nuestra así nomás sin valor.
Tenemos plantas que repelen a los insectos, como la ceniza o el humo del tabaco, por ejemplo.
-Dio una bocanada y aplastó la colilla en el suelo.
¿Has oído hablar de la simbiosis mija? – dijo Miguel mientras prendía otro cigarrillo. Ana no respondió, sus ojos bien abiertos evidenciaban su ignorancia en el tema y su interés por saber más. El carroñero continuó:
– La simbiosis es cuando dos organismos distintos trabajan juntos. Hay arañas que tienen ranitas y juntas cazan insectos, o mi historia favorita: Los chapulines y el tabaco, muy ad hoc en este momento. -Sacó un paquetito de chapulines fritos y ofreció a la joven muchacha, ella aceptó tomando un puñado en una mano y comiendo de uno a uno mientras escuchaba.
Resulta, también me dijo mi abuelo, mi abuelo tiene ay 102 años. -Volteó a verla sonriente. – Que los chapulines y el tabaco trabajan juntos en simbiosis en un ciclo de vida y muerte. Supongo que sabes que la tierra se enriquece de los cadáveres y a su vez las plantas de la tierra. -Ella asintió, el prosiguió.
– Hace mucho, mucho tiempo, cuando la tierra era aun verde y había infinidad de especies animales, había una especie de chapulines mucho más grandes, del tamaño de mi mano, incluso, no estas cosillas que comemos revueltas con una que otra cucaracha que se va escondida entre el puño. -Ana vio su puño asqueada y separando minuciosamente sacó una y luego otra cucaracha que arrojó a la tierra, tomó un chapulín más y masticando volteó a verle con cara de seguir escuchando.
– Eran chapulines tan grandes y prolíferos que se comían sembradíos completos, les llamaban langostas, como las que hay en el mar, dicen que aún hay vida en los océanos, pero como están tan contaminados quien sabe. De cualquier manera, no creo que viva para conocer el mar. Pero estoy divagando, los chapulines y el tabaco: bueno, las langostas y el tabaco.
En aquel entonces las langostas, roedores, y algunos pájaros eran tan numerosos que se consideraban plagas que se comían la siembra destinada para nuestro consumo. Solían acabar con sembradíos, pero no hablo de sembradíos como los que tenemos ahora, en aquel entonces tenían una palabra: hectárea, que significa diez mil metros cuadrados, y había sembradíos que abarcaban hectáreas. Los chapulines que les llamaban langostas llegaban como una nube y arrasaban con todo a su paso, dejando únicamente las raíces. ¿Y dónde entra el tabaco dirás? Pues como bien sabes, el tabaco tiene nicotina, altamente adictiva y altamente toxica. Pues las langostas comían tabaco, regresaban por más y comían hasta morir intoxicadas, luego las semillas en sus cuerpos crecían y el tabaco volvía a florecer del cadáver que le devoró, algunas langostas o chapulines, no morían en ese lugar, sino más adelante, y ese tipo de insectos se caracterizaba por ser nómada, como nosotros. Y fue así como el tabaco llegó a todos los rincones del mundo, en todos los tipos de tierra y en todos los climas. Al menos hasta que fue industrializado como muchas plantas en la época que llamaban moderna anterior a esta nuestra época seca.
¿Qué te parece? Bastante loco, ¿no?
– No lo había escuchado jamás, pero supongo que es un argumento con el cual muchos de ustedes nos atacan, y en el cual se justifican.
-Nosotros no hermosa, pero si las ciudadelas, fue por eso que los sacaron en primer lugar.
– ¿Las ciudadelas? ¿De verdad existen? Mi pueblo dice que es sólo un mito con el cual nos asustaban cuando niños.
-Créeme, existen. Yo las he visto con mis propios ojos, estructuras artificiales como estas casas, pero grandísimas, como montañas, se ven desde muy muy lejos, muchas reflejan una luz incandescente, mi abuelo dice que es porque están cubiertas de paneles solares, que son como espejos que convierten la luz solar para convertirla en electricidad adentro. Además, están todas cubiertas para no contaminarse con este aire arenoso.
-Imposible…
-Quisiera poder enseñarte, pero el viaje dura más de un mes hasta la única que conozco, además no tenemos provisiones y dudo que los muchachos me permitan irme por un mes y mantener viva la cena de una semana. Mi palabra tendrá que bastarte. Aunque si los muchachos me lo permiten puedo mostrarte libros y folletos que tengo de esa ciudadela, los colecciono.
La conversación fue interrumpida por uno de los muchachos que se acercaba con un pequeño plato, Ana y Miguel alcanzaron a oler la carne asada y Ana tragó saliva intentando no llorar. El carroñero intentó reprender a Miguel, pero fue silenciado con un gruñido y una mueca que ella no entendió. El carroñero se retiró. Miguel estiró el plato ofreciéndoselo y al ver la cara de asco, terror, repulsión y desesperanza de su acompañante intentó justificar:
-Tranquila, no es la pequeña Anita, este es otro niño que trajimos antes, el mismo que se estaba comiendo tu hija hermana, la pequeña se la acaban de llevar, ya está dormida, la comeremos al rato. Hice un trato con mis compañeros, te dejaran estar conmigo por un ratote más, quisiera que probaras la carne, que dejaras de lado, aunque sea por un momento el mundo de las ideas y los ideales y te entregaras al mundo de las sensaciones y los sentidos. De verdad es deliciosa.
-Sería como entregarme al placer de dormir cuando se tiene la obligación de hacer guardia cuidando a la comuna en la noche.
-Pero ya no estás en la comuna, preciosa. ¡Vamos! Te recuerdo que estás entre carroñeros, y si te niegas a mí, mis amigos no creo que sean tan permisivos, a ellos sólo les importa la misión, para ellos tu no eres diferente a este pedazo de alimento que te ofrezco.
Ana soltó en llanto de nuevo, pero esta vez en silencio, agacho tanto la cabeza que casi quedaba entre sus rodillas suspiró un poco y volteó al cielo, más viendo para dentro que otra cosa, dejó que las lagrimas bajaran por un par de minutos hasta que se secaron, únicamente lanzó un breve sollozo casi ahogado al finalizar. Durante ese breve momento, no más de cinco minutos, no pudo dejar de oler la carne, nunca había conocido ese olor, olía asado, o ahumado, eso sí, pero el olor era muy diferente a la verdura asada que había comido durante toda su vida, era un olor fuerte y penetrante, suculento, casi lo veía del mismo color marrón rojizo que el humo o la misma carne, era un olor que entraba por la nariz y bajaba lentamente por el paladar acariciándolo suavemente hasta caer por la garganta llegándole hasta las amígdalas por ambos lados, pudo saborearlo con su lengua por breves instantes en una especie de sinestesia totalmente nueva para ella; sus glándulas salivares se activaron bruscamente, como cuando daba el golpe al humo del cigarro, como cuando comía chile picante. Tragó la poca saliva que su reseca garganta vegana podía generar y pensó a fondo de nuevo. Vio como llevaban cargando el bulto inerte que hace algunos minutos fuera la pequeña Anita, su destino era el mismo, ella lo sabía, posiblemente la carne estuviera sazonada con el mismo somnífero que durmieron a su hija hermana. Su captor la tenía a punta de pistola y aún así concedió ser amable y mostrar algo de empatía, al menos al final. Sus familiares habían muerto o escapado en el ataque de la noche anterior, y aunque quizás pudiera intentar correr o pelear, estaba resignada a que iba a morir ahí en ese lugar de todos modos. Además: su vida no había sido plena ni feliz, su baja autoestima asomó su fea cabeza, el buen trato que le daba su captor antes de matarle para comerla era diametralmente opuesto a la indiferencia y apatía de su familia, había vivido corriendo y escondiéndose, soportando hambre y frio toda su vida. – ¡Diablos mujer! Estás soportando hambre en este momento. -Se dijo a sí misma en sus pensamientos.
Se puso de pie y estirándose un poco con los ojos cerrados escuchó un sonoro click, sintió la boquilla de la pistola en la parte posterior de su cintura.
-No confundas las cosas y no abuses preciosa. – Escuchó a sus espaldas. -Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
– Lo, lo siento. -Tartamudeó un poco asustada. – Es sólo que te has mostrado tan amable, que por un momento casi olvidó quien eres. ¿Me pudieras dar un minuto para estirarme? Te prometo que no pretendo escaparme. Es más: voy a tomar la carne, de seguro tiene el mismo somnífero que aplicaron con Anita, ¿cierto?
– Eres lista además de bonita. ¡Claro que no tiene condimentos! No habría necesidad de ellos si ya sabes que los tiene, además: ¿qué clase de monstruo sería yo si te doy un somnífero para dormirte y matarte y te digo eso justo antes de comértelo? No quiero ni imaginar la agonía de sentir tu cuerpo muriendo lentamente y tu instinto aferrándose a la vida mientras poco a poco vas quedándote dormida sabiendo que no vas a despertar jamás….
-Sería igual de pacifico si es una opción que yo misma tomé y no algo que se me imponga.
-Entonces si tiene somníferos. Mentí. Yo… tan sólo…
-Descuida. -Interrumpió tomando el plato. –Not just human, but humane.
Acto seguido tomó la lasca de carne aún caliente y arrancó una pequeña tira para probarla.
– Esto está delicioso, ahora entiendo porque dicen que es adictivo. Muchas gracias por dejarme morir sin hambre.
Se siente jugoso, sabe delicioso. – Tomó un trozo completo y lo engullo con voracidad, al masticarlo se detuvo un poco apenada, después de tragarlo pregunto:
– ¿Pudiera pedirte una última voluntad?
– Lo que quieras mi reina.
– Dices que lees y que tienes colección de algunos documentos, además tu abuelo les enseña cosas; ¿Pudieras darme tu versión de la historia? ¿Cómo fue que la humanidad terminó así? Veo todas estas casas y este mundo que parece que antiguamente estaba habitado, pero los veganos realmente no sabemos mucho, nacimos como presas y la mayoría del tiempo tenemos que escondernos de ustedes, no tenemos mucho tiempo para aprender historia.
– Es que fueron ustedes los culpables, hermosa. – Más que ofendida miraba sorprendida.
– ¡Sí! Esa historia la sabemos todos los carroñeros, muchas historias las cuenta mi abuelo, todavía cuando tiene energías y se acuerda de alguna historia, nos reunimos y escuchamos con vehemencia, algunas historias ya se contradicen o se mezclan con otras historias, pero la historia del principio del fin, como él le llama, es la historia que más ha contado, por ende, la que más conocemos.
Todo empezó cuando la exploración espacial colocó los ganchos y correas espaciales en marte, antiguamente habían mandado a algunos pocos humanos a la luna, y tripulaciones robóticas a Marte. Se que te cuesta trabajo entenderlo, a mi también me costaba trabajo, pero mi abuelo tenía un gran libro que hablaba de todo eso, un libro de hace más de 100 años, incluso un camarada que escapó de una ciudadela tenía un aparato que conectaba a la electricidad y mostraba páginas con texto, como si fuera un libro.
La ciencia y la exploración había llegado hasta esos magníficos logros, pero para llevar a 6 personas a la luna gastaban millones, si conoces el dinero, ¿verdad? – Ella asintió – Además de gastar millones, los cohetes, que son los vehículos con los que viajan al espacio, tardan años en crearlos, cientos de científicos hacen millares de estudios y cálculos para poder lograr que apenas 6 personas vallan a la Luna y estén allá apenas un día, sin contar que el viaje puede durar meses, ya no digamos hasta Marte. Estos Cohetes son tubos gigantes, mucho más grandes que esta casa.
– ¿Cómo los aviones? Vimos uno donde vivía otra comuna, era como un edificio acostado.
– Algunos cohetes incluso más grandes, pero todo eso son sólo tanques de gasolina, se requiere mucha para volar, y más hasta el espacio.
– Imagino.
– Entonces unos científicos pusieron unos ganchos en una de las lunas de marte, y usando la fuerza de gravedad, que de serte sincero, no sé bien como funciona, dice mi abuelo que es lo que hace que todas las cosas caigan al suelo, y así como la Tierra y la Luna giran, ese giro es lo que utilizan para no usar gasolina.
– ¿Cómo los papalotes o los veleros?
-Supongo. Pero esto es gigantesco, el camarada que vivía en la ciudadela dice que se pueden ver con un telescopio, que es un tubo para ver con el que puedes ver con mucho aumento.
– ¡Yo tengo un par de binoculares! Imagino que es igual.
– ¡Exacto! Algo así.
Entonces mandaban y siguen mandando cohetes a marte, están construyendo una ciudadela ahí.
– ¿Y eso que tiene que ver con nosotros los veganos?
– Es por lo mismo que el compa que te digo escapó de la ciudadela. Pues, dice mi abuelo. Que cuando eso empezó, mucha gente se opuso, sobre todo ustedes. En aquel entonces la gente vivía muchos más años, pocos vivían tantos años como mi abuelo, y vivían en todas las ciudades como esta. Los campos donde no había casas eran prados verdes, de pasto y yerba, había sembradíos como te dije.
El mundo se dividía por ciudades, y las ciudades se juntaban en lo que llamaban países, pero la gente al estar junta nunca estaba de acuerdo, los países tenían conflictos entre ellos, además de ideologías, mi abuelo les llama religiones, aunque no entiendo como eran, pero siempre, siempre peleaban por el dinero. Por eso y por el planeta, que aquí es donde entra tu gente, explico:
Los veganos no querían que se gastara el dinero en ir al espacio, pues decían, con toda razón, que no tiene caso construir en el espacio si van a tardar cien o doscientos años en terminar de construir allá, que mejor invirtieran en limpiar el planeta, en producir más vegetales, que dejáramos de comer animales y que cuidáramos el ambiente. Como podrás ver a tu alrededor sabemos quien fue quien ganó esa discusión.
Lo que pasó es que mientras seguían sin ponerse de acuerdo, seguían reproduciéndose y seguían acabando con el mundo, como las langostas que te acabo de contar, y como cada vez eran más… Dice mi abuelo que fue de ahí donde se empezó a perder la empatía. Vieron que todos somos animales, unos más salvajes que otros, pero como tu gente no quería ser depredador se convirtió en presa, al pasar de los años las diferencias fueron cada vez más y más marcadas, y cuando construyeron la primer ciudadela, so pretexto que el aire estaba muy contaminado, decidieron echar a los veganos al mundo exterior junto con el resto de los animales.
Tengo un papel donde anuncia la segunda ciudadela, es de hace 80 años, la segunda de este país al menos, menciona más ciudadelas en más países; el papel, mi abuelo le llama panfleto, vende casas en la ciudadela, lo anuncian como la única forma de seguir viviendo cómodamente en este mundo, dice que el mundo se va acabar, aunque yo lo sigo viendo, seco y contaminado, aunque no creo que se acabe, al menos no tan pronto, pero mi abuelo dice que sí, que la tierra va a dejar de producir plantas y como ya casi no hay animales tampoco… Cada vez se fueron convenciendo más de hacer ciudadelas en Marte, también han hecho muchas más aquí, pero ya no hay recursos, ya no hay agua, antes había lagos y ríos, ahora sólo quedan los mares contaminados, y el aire de aquí que no es filtrado como en las ciudadelas, nos daña los pulmones por lo que no vivimos más de 30 años, 40 los más fuertes…
– Hizo una pausa y sacó otro cigarrillo, ofreció uno a la joven que había terminado su carne, ella lo tomó. El carroñero continuó:
– Entonces, como los veganos se oponían a ser de la clase dominante, fue más fácil segregarlos y al ser muchos menos humanos juntos en un ideal, no les costó mucho terminar las ciudadelas y empezar a mandar más cuetes a la Luna y a Marte. Dicen que van a tardar más de 100 años en poblar Marte, pero los humanos de las ciudadelas con toda su ciencia y tecnología piensan en número más grandes. Los veganos que aceptaron quedarse los trataban como esclavos, dicen que empleados, pero mi compañero que escapó cuenta que allí adentro la gente se divide por clases, las más altas y privilegiadas se creen superiores y tratan con la punta del pie a la de abajo, y las clases más bajas trabajan y construyen para sus patrones, así les llaman a sus dueños. Yo prefiero la vida salvaje de aquí afuera, vamos a morir muy pronto, pero al menos vivimos felices, no tenemos que trabajar ni construir, simplemente vagar y divertirnos y cuando encontramos algo, como ustedes, lo tomamos a la fuerza.
Dicen que hay camiones gigantes blindados que salen de las ciudadelas para carroñar, como nosotros, los pocos recursos que aún pueden conseguir del mundo, ¿los has visto? Yo no
– Ana asintió somnolienta.
– Como las langostas, los humanos se comieron este planeta y se van a ir al siguiente, ¿pero sabes qué es lo más sorprendente? Me lo enseñó mi camarada en su aparato, era una especie de dibujitos que se mueven; La base marciana no es solamente para vivir ahí. Desde los ganchos espaciales marcianos van a mandar muchas naves espaciales para minar el planeta Mercurio, que es el más cercano al sol, van a rodear al sol de paneles como las ciudadelas para convertir al sol en una batería gigante, ¡inmensa! ¡Imaginas todo el sol! Envuelto en construcciones humanas para ser utilizado como fuente de energía; Le llaman esfera de Dyson. Me aprendí el nombre. -Dijo orgulloso. Ana sorprendida comenzaba a deambular entre lo que escuchaba y lo que soñaba, soltó el cigarrillo y ni cuenta se dio. -Dyson. – Repitió quedamente.
– Y para que te sorprendas aún más, porque los dibujitos que vi decían que la esfera Dyson no sólo servirá para dar energía a los dos planetas, además van a ponerle unos motores que se llaman propulsores Caplan, también me aprendí el nombre. Esos propulsores Caplan van a servir para mover al Sol, al mismo Sol. Lo sé: parece magia, mi abuelo dice que en sus tiempos le llamaban ciencia ficción, aunque no sé lo que significa, pero lo van a mover, porque se va a apagar, en muchos, muchos cientos de años, o millones, no lo sé, pero creo que lo entiendo, si el sol es como el fuego. -Sacó un cerillo y lo encendió, el fuego al final se apaga, supongo que el sol como es gigante tardará más, millones de años dicen mi compañero y mi abuelo, y que sí lo mueven como su gravedad es lo que tiene juntos a los planetas, se van a mover juntos, como la Luna con la Tierra, para buscar más soles, más planetas. Y no sé qué más…
– Y nosotros aquí comiéndonos entre nosotros mismos, como las ratas que se comen entre ellas cuando no hay comida. Tienes razón Miguel. Somos unos animales. Espero que mi carne te cause malestar y te mueras, pero lenta y apaciblemente como yo.
Ana Cerro los ojos y durmió, al cabo de un rato regresaron los carroñeros, Miguel seguía fumando, uno de ellos se acercó y levantando la cabeza preguntó sin preguntar, Miguel asintió, chifló al otro y se acercaron a tomar el cuerpo de la recién difunta Ana.
-Entonces como quedamos Micky. – Dijo el segundo carroñero. – Te permitimos quedarte con ella mientras se quedaba dormida y moría en paz, y tú a cambio nos dejas fornicarla antes de comerla.
Miguel asintió torciendo la boca.